La democracia española se apoya en leyes, no en valores ni tradiciones. Unas leyes que a menudo se resumen en lo que Jürgen Habermas llama “patriotismo constitucional”. Así, las identidades religiosas, sexuales, políticas, culturales forman parte de lo privado y sólo resultan aceptables si no interfieren en el espacio de lo público. En esta lógica, las autonomías españolas son meros ámbitos de gestión descentralizada. Por ello ahora, ante la crisis catalana, hay quienes piensan que no estaría demás reducirlas porque han crecido demasiado.

Según el escritor catalán Antoni Puigvert, estas leyes se sitúan por encima de sentimientos y vínculos culturales. Se supone que esta visión es la única moderna y democrática y está en oposición con la vivencia emotiva del sentimiento identitario catalán, tachado de pre moderno y reaccionario. (Ver también mi anterior artículo “Simbolismo y Política en Cataluña” del 17/10/ 2017) 

En estos días se ha visto hasta qué punto, tras el intento fracasado del independentismo, manifestaciones y proclamas, declaraciones de líderes políticos y de periodistas mezclan el democratismo cívico, el tradicionalismo españolista (hegemónico a nivel nacional) y la extrema derecha de toda la vida. Es cierto que los españoles de matriz castellana son la inmensa mayoría y siempre lo serán. Y los que viven dificultades reales con el actual sistema de gestión son sólo quienes no son castellanos. La paradoja es que precisamente por ser minoritarios nunca estarán en condiciones de cambiar las leyes.

Esta situación asimétrica y los inciertos resultados de las elecciones convocadas para el 21 de diciembre repercuten de manera visible en el reordenamiento de las fuerzas políticas en el país. La situación preocupa a algunos analistas como el editorialista catalán Enric Juliana “Cataluña está empujando a la sociedad española hacia la derecha” afirma. La extrema incandescencia del significante Cataluña moviliza a la España unitaria y conservadora y cohíbe a la España pluralista. Baste para verificar este diagnóstico con observan la involución del Partido Socialista Obrero Español (PSOE): el concepto de “España plurinacional” que abrazo tácticamente su actual líder, Pedro Sánchez, cuando postulaba hace pocos meses a la secretaría general del partido, ha sido totalmente olvidado. 

Tras la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) el PSOE no tardó en apoyar la aplicación del artículo 155 que suprime la autonomía de Cataluña. Y esta actitud sorprendente fue a cambio de una vaga promesa de reforma constitucional de parte del presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, promesa de la que ahora el Partido Popular de desdice, empujado como está por los que son aún más duros, a saber, el otro partido de la derecha, Ciudadanos.

El desplazamiento ideológico a la derecha es perceptible en todos los sondeos de opinión nacionales. Alcanza una especial intensidad en la España meridional y en las ciudades del interior. Los contestatarios de las grandes aglomeraciones urbanas se sienten políticamente aislados y en minoría. Si hoy se celebraran elecciones generales el Partido Popular y Ciudadanos, ambos de derecha, sumarían una clara mayoría absoluta. Pero si mañana los españoles fuesen a las urnas probablemente Mariano Rajoy se convertiría en prisionero del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y de su actual mentor en la sombra, el muy conservador ex presidente José María Aznar. Para nadie es un secreto que éste no le tiene simpatía alguna a Rajoy y en cambio no escatima elogios para Rivera.

Hoy Ciudadanos, un partido creado en 2006 por un grupo de jóvenes neo liberales para enfrentar al PP criticando su corrupción, capitaliza la crisis catalana en el tablero español. Ha optado por un lenguaje duro y agresivo. Rivera se ha colocado, sin complejos a la derecha de Rajoy. No duda en llamar “golpistas” a los independentistas y fue el primero en exigir la aplicación del artículo 155 y de aplaudir las detenciones de dirigentes políticos y miembros del Govern depuesto. 

Las encuestas demuestran que Ciudadanos está en capacidad de absorber buena parte del electorado del PP a nivel nacional y esto por tres razones: porque son más intransigentes frente a toda veleidad independentista, porque han recuperado con bombos y platillos el nacionalismo español que algunos creían superado y porque el propio PP se ve cada día más afectado por escándalos de corrupción.

La relación entre el PP y Ciudadanos invita a recordar lo que para la izquierda fue aquella que se dibujó, en el 2015 entre Podemos y el PSOE : una joven formación fundada el año anterior apareció en el paisaje político español pisándole los talones al PSOE y cambiando las reglas de juego en el bipartidismo español. Pero hoy uno y otro se han visto fragilizados por los acontecimientos de Cataluña y ha debido enfrentar divisiones internas y desacuerdos públicos en sus filas.

A menos de un mes de las elecciones autonómicas en Cataluña-que tiene su propia dinámica, distinta a la española- es difícil predecir lo que el futuro depara. Algunas encuestas catalanas le acuerdan más del 50 por ciento de los votos a los independentistas con Esquerra Republicana Catalana (ERC) a la cabeza. Si aparece una nueva mayoría independentista se abre una etapa que no será nada fácil y que, en todo caso, deberá seguir los derroteros de la negociación en el marco legal, sabiendo que podrá durar años porque sin un acuerdo con el Estado ningún cambio es posible. Y en esta “democracia constitucional” en la que los catalanes son minoría poco pueden hacer para vislumbrar salidas irreverentes.


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