En 1954, el historiador catalán Jaume Vicens Vives escribió “Notìcia de Catalunya”, su más conocida obra en la que utilizaba una figura de la mitología griega para ilustrar la relación entre España, entonces gobernada por el Caudillo Francisco Franco, y Cataluña. “El Minotauro es España, es el poder, decía, a veces el poder se enmascara y adopta formas benevolentes y pacíficas (…) pero esto es la excepción. Generalmente se hace respetar a como dé lugar. Hay pueblos que están familiarizados con el Minotauro y otros que no saben cómo afrontarlo. Este último es el caso histórico de Cataluña”. El Minotauro regresa hoy con un número 155 tatuado en la frente. 

Hay catalanes que están de acuerdo con la aplicación de la medida anunciada ayer por Mariano Rajoy y que, de ser aprobada el próximo viernes por el Senado, suspende buena parte de la potestad de la Generalitat sobre sus instituciones. Pero hay muchos más que la viven como la última embestida del Minotauro. El ruedo ibérico jamás ha admitido matices. El mensaje escrito en la arena es: Cataluña ha de ser castigada por haber desafiado al Minotauro.

Se trata de un Minotauro inhábil que, en su irritación, ha azuzado las inquinas existentes y ha provocado humillando. Así, una figura que no se puede acusar de independentista, como el Juez Baltazar Garzón, comentaba hace poco en un programa político que el gobierno ha actuado con una torpeza sorprendente ante la crisis catalana. “Si el referéndum del 1º de octubre era ilegal y sus resultados no vinculantes, era inútil y contraproducente reprimir con violencia a la población civil que había acudido a las urnas”. Y, al igual que el Lehendakari del País Vasco, Iñigo Urkullu, Garzón considera que la aplicación del artículo 155 de la Constitución es excesiva y desproporcionada. La decisión es severa, más aún si se entiende que su aplicación carece de jurisprudencia ya que es la primera vez que se aplica desde la instauración de la democracia.

A Carles Puigdemont, un hombre de certezas que ha minusvalorado al Minotauro, le queda muy poco margen de acción pero aún podría evitar lo peor. Podría, por ejemplo, acudir al Senado el próximo jueves antes de que se vote la decisión para explicarse y proponer contactos sostenidos. Podría convocar a elecciones y no ceder ante los más radicales que le exigen declarar la independencia unilateral (DUI). Pero al mismo tiempo sabe que no puede defraudar a su pueblo y no se puede descartar una cierta improvisación en las próximas horas.

Entre los agravios que el President va sumando pesa mucho que Rajoy despreciara el paso atrás que hizo al renunciar a la DUI en su última carta, así como la entrevista que le propuso y sus llamados al diálogo y a la mediación concertada. No sólo ignoraron su mano tendida. Le respondieron condenando a prisión sin fianza a dos activistas de organizaciones populares, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez. Medio millón de catalanes manifestaron el pasado sábado reclamando su liberación…y protestando también por la decisión de aplicar el 155. Y como si todo esto fuera poco, Rajoy ha decidido suspender a los altos mandos del Govern, empezando por el propio Puigdemont a quien se podría condenar hasta a 30 años de cárcel por sedición si no acata las duras acciones que el ejecutivo español se prepara a implementar en Cataluña. Estaríamos frente a una situación cuando menos curiosa: en nombre de la legalidad y de la constitucionalidad el Partido Popular -que sólo obtuvo 8,5 por ciento de los votos en los comicios autonómicos de Cataluña- gobernaría de facto y por encima de la decisión expresada por los votantes catalanes.

En su último discurso, tras conocerse la decisión de Madrid, Puigdemont acusó a Rajoy de protagonizar “el peor ataque al pueblo y a las instituciones de Cataluña desde que Franco abolió la Generalitat” tras la Guerra Civil. Se dirigió también y una vez más a la Unión Europea, aunque tal vez no a los mandatarios que oficialmente le han vuelto la espalda, sino a la población civil de la región advirtiendo de los riesgos que corre la democracia si se pasa por alto la vulneración de la autonomía catalana.

Resulta explicable que Theresa May, Angela Merkel, Emanuel Macron y otros muchos jefes de Estado europeos hayan apoyado al gobierno y apuesten por la unidad de España. El que menos tiene su talón de Aquiles y le teme al efecto dominó. Sin ir muy lejos, en la vecina Italia la Lombardía y el Véneto han votado este domingo un referéndum para ampliar sus autonomías, como lo prevén los artículos 116 y 117 de la Constitución italiana…y nadie duda que el “sí” ganará, apoyado por una fuerza transversal que incluye a la Liga Norte (derecha) a la Forza Italia de Berlusconi y al populista Movimiento Cinco Estrellas. También belgas y franceses poseen minorías con veleidades independentistas. Ningún Estado europeo está dispuesto a jugarse la unidad propia por aspiraciones ajenas. Bien decía jean Paul Sartre “crea una nación y provocarás una guerra”.

Pero lo que parece claro es que la decisión constitucionalista de la Moncloa no restañará la herida abierta en Cataluña. Rajoy ha logrado unir a independentistas radicales y catalanes moderados que no deseaban dejar España pero que hoy se sienten humillados. El dolor viene también de sentirse ignorados. No hay ni habrá negociación posible sin ponerse en el lugar del otro y Rajoy y su equipo siguen sin reconocer al sujeto social que está frente a ellos. Persisten en volverle la espalda a los dos millones 200 mil catalanes que fueron a votar. Sólo se refiere a sus dirigentes para acusarlos de subversión en lugar de preguntarse por qué tantos expresan aquí y ahora su desamor a España. Mencionan en cambio a los que se manifestaron contra la independencia y que constituyen el 30 por ciento que dice apoyar la aplicación del 155, según una encuesta de este domingo del canal 6. A ellos, Rajoy les ha prometido recuperar la “normalidad” ¿Qué es la normalidad? ¿Volver atrás y actuar como si nada hubiera pasado?. Parece imposible.

Una de la versiones del mito griego del Minotauro cuenta que Ariadna le da al héroe Teseo, además del ovillo que le permite salir del laberinto en el que la bestia se esconde, una espada que le permite matarlo. El problema, siguiendo la lógica de Vicens Vives, es que Cataluña no tiene armas, ha agotado sus ardides y tiene frente a sí a un Minotauro decidido a vencer a cualquier precio.