El historiador francés Marc Bloch, muerto en 1939 tras ser torturado por la Gestapo, decía que la historia sólo existe en presente. Consideraba que la subjetividad es difícilmente excluible de cualquier aproximación analítica y el trabajo del especialista es, con frecuencia, un ejercicio de interpretación filtrado por un sinnúmero de insumos coyunturales. En este sentido, el relato de un hecho histórico es susceptible de ser leído y releído en función de su contextualización inmediata. 

La reflexión viene al caso en relación a los acontecimientos que se viven en España en torno a la crisis catalana. En efecto, el pasado 12 de octubre se celebró la fiesta nacional. En Madrid, desde donde escribo, tuvo lugar el habitual desfile militar al que, esta vez, se agregó la Guardia Civil, cuyo paso fue acogido con entusiastas gritos de ¡Viva España! por parte de los numerosos espectadores. Tomar nota del contraste: esa misma Guardia Civil fue insultada en Cataluña tras su comportamiento, cuando menos excesivo, durante el referéndum de autodeterminación. Se puede hacer dos lecturas del hecho: “España es una sola, como decía el Generalísimo, y muerte a los catalanes” o aplaudir la Constitución y la monarquía como interpreta el diario El País.

Más allá de las hipótesis y de la caricatura, subyace un odio latente que se revela violento y mordaz toda vez que la experiencia pasada aflora en el presente. Ilustra esta afirmación la reciente declaración del secretario general del Partido Popular (PP) en Cataluña, Pablo Casado, quien dijo que Carles Puigdemont, president de la Generalitat catalana, podría seguir los pasos del presidente electo de la Cataluña republicana, Lluís Companys, fusilado por el franquismo al final de la Guerra Civil. Con razón la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, afirmó que Casado debía ser destituido porque no estaba capacitado para hacer de portavoz de un partido que, como el derechista PP, se considera democrático.

Pero también la contraparte se apoya en la historia, demostrando que existen viejas heridas aún sangrantes y que entre las partes en conflicto, no se trata sólo de un desacuerdo fiscal o de una diferencia de modelo de Estado.

Así, 24 horas antes de que venciera el plazo para que el president Puigdemont explicara si había o no proclamado la independencia y bajo la amenaza de la aplicación del artículo 155 de la Constitución que suspende la autonomía de Cataluña, éste y destacadas figuras del Govern participaron en una actividad patriótica de alta carga simbólica. Se trató de la tradicional ofrenda floral ante la tumba y el monumento en memoria del presidente Lluís Companys, asesinado hace 77 años. Esta vez el acto estuvo mucho más concurrido que de costumbre. En su discurso, Puigdemont apeló a la dignidad y al coraje mostrados por su antecesor para “afrontar estas horas difíciles y esperanzadoras que vive Cataluña” Llamó a la paz contra la violencia y la imposición y criticó que la figura de Companys no haya recibido por parte del Estado español el trato digno que se merece sino que, en clara referencia a las declaraciones de Casado antes mencionadas, “el partido que gobierna España continúa banalizando aquel crimen mientras escoge como socios de manifestación a quienes alzan el brazo fascista con total impunidad”. Y tras esta victimización reclamó “hacer frente a la violencia, las amenazas y los insultos desde el respeto, el civismo y la serenidad”.

Y en este ambiente donde la lucha callejera se convierte en guerra de símbolos, el diálogo reviste dimensiones de utopía. El Govern insiste en negociar y alarga los plazos para ello y el PP continúa su discurso legalista rechazando la distensión. Así, la Audiencia Nacional falló anoche una prisión sin fianza para dos activistas catalanes que promovieron manifestaciones en vísperas del referéndum y aplicó medidas cautelares contra el Mayor Josep Lluís Trapero, responsable de los Mossos de Esquadra (la policía local catalana) por no haber aplicado con suficiente firmeza la orden estatal de impedir el sufragio. Como si la voluntad de Rajoy fuera provocar, el ala radical del catalanismo, la CUP, ya prepara movilizaciones y paros.

El líder de Podemos, la oposición de izquierda en este país, no ha dudado en acusar al gobierno de tener presos políticos y llamó la atención sobre el hecho que en España muchos dirigentes corruptos y hasta el cuñado del rey (cf. Caso Urdangarín) gozan de total impunidad y, en cambio, se envía a prisión a dos dirigentes políticos que convocan a una manifestación pacífica.

Y como para demostrar que la batalla también se juega con la imagen, en la romería a la tumba de Companys y frente a una masa de atentos periodistas extranjeros, no hubo las habituales antorchas sino una alfombra de claveles blancos.

Probablemente el próximo jueves se aplique el 155 y el primer gesto anunciado será revocar a los responsables de la cartera de interior en Cataluña, con el uso de la fuerza si es preciso. Ojalá que la historia sirva para que alguna forma de comunicación haga su aparición y los valores democráticos sean algo más que un discurso.


(Foto: cdni.rt)